miércoles, 8 de diciembre de 2021
Wolf: el episodio perdido
domingo, 13 de junio de 2021
Reportaje a Armando Fernández
Conocí
a Armando Fernández alrededor de 1997, mediante correspondencia, ya que durante
ese año había enviado a Editorial Columba una carta para felicitar al Sr.
“Gonzalo Bravo” (yo ignoraba en ese momento todo el sistema de seudónimos de la
editorial), motivo por el cual él muy amablemente me respondió, y envió
gentilmente por sobre cerrado una fotocopia del único episodio que me faltaba
para completar la colección de mi personaje favorito (obviamente Wolf). Al año
siguiente concertamos un encuentro en Fantabaires ´98, que se realizó en el
predio de La Rural. Charlamos mucho sobre sus personajes y la historia de la
editorial, y me puso al tanto de la actualidad de los guionistas y dibujantes
de Columba (yo era un adolescente que estaba al margen de todo el mundillo de
la historieta, en esa época no había internet ni redes sociales, y era muy
difícil obtener información). Recuerdo que Armando fue acompañado de su hija,
Rocío, y había llevado para mostrarme, prolijamente encuadernados, todos los
capítulos de “El Sobreviviente”, otro personaje que me gustaba mucho. Ese fue
mi segundo contacto con alguien de Columba, el anterior había sido en
Fantabaires `97 (el que se realizó en las Galerías Pacifico), con el también
muy amable Gerardo Canelo. El primer día en Fantabaires ´98, tuve la suerte de
que Armando se encontraría con Robin Wood en persona, y de yapa ligué sentarme
en una mesa a tomar una cerveza con la leyenda viviente de Robin. Así que ahí
estaba yo, como “el chiquilín que miraba de afuera” del conocido tango, casi
mudo, mientras Robin y el querido Armando conversaban…. Al otro día, Armando
tuvo la gentileza de obsequiarme una pintura a la acuarela del recordado Jorge
Zaffino (enmarcada por el propio Armando) en reconocimiento a mi fanatismo por
el personaje que homenajea este humilde blog. Conservo ese cuadro como un
pequeño tesoro, del que más abajo, al final de la nota, dejo una pequeña
muestra. Luego con el correr de los años, el contacto siguió por email, pero
quedará por siempre el recuerdo de ese encuentro en Fantabaires. Por eso, en el
aniversario de su partida física, quise homenajearlo reproduciendo una
excelente entrevista, quizás la última que dio Armando, gentileza de la Revista
Kamandi, y de su autor, Mariano García Brangeri. Espero que les guste…
REPORTAJE
A ARMANDO FERNÁNDEZ
Por Mariano García
Brangeri
Armando
Fernández (1945-2019, Buenos Aires) trabajó durante 35 años en la Editorial
Columba, donde escribió miles de guiones de historietas. Produjo bajo variedad
de seudónimos, para diversidad de públicos, en distintos géneros y estilos
(desde la fantasía heroica al romance, todo lo que hay en el medio). Continuó
su carrera como guionista publicando en el mercado italiano, para Eura
Editoriale. Es también autor de una extensa lista de otras historietas,
novelas, cuentos, poemas y trabajos periodísticos. Para Columba creó decenas de
series, entre ellas: Kabul de Bengala, El Hitita, Argón, el Justiciero, Ciborg
y Dyinn. Otras series importantes de la editorial que contaron regularmente con
su pluma fueron Wolf, Mark, Or-Grund y Helena. Escribió episodios sueltos de
Nippur de Lagash, Gilgamesh el Inmortal, Savarese y Dax. Ha trabajado junto a dibujantes como Horacio
Altuna, Enrique Villagrán, Rubén Meriggi, Sergio Mulko, Jorge Zaffino, Ricardo
Villagrán, Ernesto García Seijas, Domingo Mandrafina, Rubén Marchionne, entre
otros. Recientemente publicó La Guarida
del Gusano Blanco (con Sergio Ibáñez, Comic.ar), Lucho Inédito (una colección de unitarios dibujados por Lucho
Olivera, D+I Ediciones) y un ensayo autobiográfico bajo el título Memorias de un Guionista, Escritor y
Periodista (2016, Ediciones Argentinidad). Éste último, un testimonio
valioso de un período en el que la historieta argentina era masiva, popular y
funcionaba como industria cultural.
MB
– Memorias de un guionista, ¿es una reacción a un discurso o relato en
particular que circula dentro del campo de la historia de la historieta
argentina?
AF
– ¿Cuál sería ese discurso?
MB
– El que va desde Trillo y Saccomanno en adelante, según el cual Editorial
Columba y buena parte de sus autores ocuparían una escala menor en la
historieta, definidos como ideológica y estéticamente reaccionarios. Mi
pregunta apunta a saber si hubo una necesidad programática por escribir este
ensayo autobiográfico.
AF
– No. Yo siempre digo que lo que verdaderamente importa no es la opinión de
algún crítico, sino la del público. Y ya sabemos cómo vendía Columba. La
opinión de millones de lectores me parece que vale más que la de dos personas.
Te cuento una pequeña anécdota: un día yo estaba en Columba y viene [el editor,
Antonio] Presa, que era uno de los directivos de Columba…
MB
– Rubal.
AF
– Firmaba como Rubal, sí. Era un genio, llegó a dibujar alguna historieta mía.
Yo creo que si lo hubieran dejado seguir, Columba todavía existiría. Me dijo:
“Mire Armando, aquí hay un muchacho que quiere escribir. Escribe bien, pero no
sabe cómo diagramar un guion, ¿Lo puede ayudar?”. Fuimos a la vuelta de la
esquina, y le expliqué con un lápiz y un papel cómo se escribe un guion. Ese
señor era Guillermo Saccomanno. Nunca tuve ningún problema con él. Cada uno
piensa como quiere.
MB
– A mí me sorprende que haya quedado instalada la idea de que ese libro fundó
el discurso y el canon oficiales. Cuando en realidad tuvo una circulación
acotada, fue editado por Récord…
AF
– Inauguraron una tendencia…
MB
– Cuando yo lo leí, esperaba encontrar un discurso más virulento. Creo que la
operación fue más de omisión que de desprecio…
AF
– El famoso ninguneo, sí. Cuando no hablás de algo, eso no existe. El único
problema es que Columba fue la editorial de historieta más grande de América
Latina y probablemente del mundo. Y yo creo que no existe ninguna en el mundo
que haya durado 72 años de publicación ininterrumpida.
MB
– Está DC Comics.
AF
– Bueno, pero es un hito mundial.
MB
– Sobre todo en una economía periférica.
AF
– Entonces, ¿Cómo vas a negar u omitir eso? Ahí está el Sol. Andá y tapalo con
las manos, si podés… No podés, es simple.
MB
– Memorias de un guionista, si no me equivoco, es el primer libro escrito sobre
un guionista de historieta argentina que no sea Oesterheld. Sin embargo, hay
mayor cantidad de material escrito sobre dibujantes. ¿Cree que eso es un
síntoma de algo?
AF
– Si existe ese libro, yo tampoco lo conozco. Hace poco inicié una campaña en
redes sociales para que el Día del Guionista sea el 9 de julio. Es la fecha de
nacimiento de Julio Alfredo Grassi, decano de los guionistas. Tiene 91 años y
todavía escribe para Italia. Algunos me objetaron que el homenajeado debería
ser Oesterheld. Yo nací en la historieta con Oesterheld. De hecho, tengo el
orgullo de que haya continuado tres series que yo había iniciado en Columba.
MB
– Kabul de Bengala, Tres x la Ley y…
AF
– Argón el Justiciero.
MB
– La que dibujaba Enrique Villagrán.
AF
– Sí. A Kabul, [Horacio] Altuna; y Tres x La Ley, [Rubén] Marchionne. Yo me
acuerdo cuando un día llegué a Columba y estaba Oesterheld. Presa me había
citado y no había dicho por qué. Si sabía, llevaba una cámara para sacarme una
foto. Yo no lo conocía físicamente, pero admiraba su obra. Tengo toda la
colección completa de Hora Cero Semanal encuadernada en cinco tomos. Pero yo
considero que Oesterheld, al margen de su tragedia personal (que tuvo que ver
con la desgraciada época que hemos vivido y no con la historieta), ya tuvo
todos los homenajes posibles. Y acá pareciera que los únicos guionistas fueron
Oesterheld, Robin Wood y nadie más. No es así. Columba publicaba cerca de tres
mil trabajos por año. Éramos diez tipos. Por cada guionista, había veinte o
treinta dibujantes. En la historia de la historieta argentina… no hubo más de
treinta guionistas (profesionales, que hicieron carrera). Vos podés tener la
imprenta, el editor, el dibujante, el colorista, el diagramador… pero no tenés
el guion y te falta la piedra basal. ¿Qué quiere decir eso? Que salvo los dos o
tres grandes, los demás somos los grandes olvidados.
MB
– ¿Cuál sería la causa de ese olvido?
AF
– Es muy fácil. La historieta te entra por los ojos, es una imagen. Te ponés a
leer y te olvidás de que lo estás leyendo, la ves. Ves a ese Nippur, a ese
Argón, tan bien hechos. Pero estás leyendo una historia, que si no hubiese
existido, ese Argón sería solamente un muñequito dibujado.
MB
– ¿Un problema de percepción, más que social?
AF
– Hay una omisión…
MB
– A lo que voy es si cree que tiene que ver con esa idea que circula, ese
sentido común de que la historieta es un género menor…
AF
– No lo es en absoluto. En la época de Columba fue un género popular que
fomentaba la lectura (cosa que hoy no ocurre). Muchos chicos iban a la escuela
y ya sabían leer, por la historieta. Se enseñaba historia, geografía… de forma
rudimentaria, pero la gente sabía lo que era un griego, un sumerio, un hitita.
En estas historietas históricas que estoy haciendo ahora, profundizo mucho más.
Me gustan los héroes, nuestros héroes. Nunca me gustaron los superhéroes. Un
superhéroe es un tipo invencible, y a mí me gustan los seres humanos.
MB
– En su libro lo menciona a Stan Lee como uno de los autores que leía. ¿A pesar
de que no enganchó con el género, se sintió influenciado por ese material?
AF
– Yo leía todo. Si te dijera que no leí El Hombre Araña, sería de otro mundo.
De hecho, para mí el personaje más grande que crearon los norteamericanos fue
El Fantasma [The Phantom], de Lee Falk. ¿Por qué? Porque es posible. Puede
morir, le puede pasar cualquier cosa. Y el otro es Batman. Superman no me
convence, un tipo que tiene todo ese poder no necesita de una capa para salir
volando. Es una idea muy de época. Pero también me gustan las fantasías que
tienen su cuota de misterio. Me gusta esa película, Scanners (David Cronenberg,
1981). Son telépatas y, de alguna manera, superhéroes. Pero son mortales.
MB
– ¿Usted no escribió Gilgamesh, el Inmortal?
AF
– Sí, sólo hay tres series, de las que creó Robin, que nunca toqué: Mi Novia y
Yo, Pepe Sánchez y Dago. Soy el que tomó el noventa por ciento de las series de
Robin cuando se fue. De Aquí la Legión, Robin escribió menos de sesenta
capítulos. Yo escribí ciento cuarenta. Lo mismo pasó con Los Aventureros, que
escribió ochenta o noventa, yo escribí ciento cincuenta. De Wolf, Robin
escribió quince o dieciocho capítulos. Yo la terminé en el capítulo ciento
veinte. Después escribí episodios de Helena… Éramos pocos. De Columba se podía
ir algún dibujante, pero que se vaya un guionista era una catástrofe. ¿Quién
tapaba todo eso? Una vez Presa me dijo: “Armando estamos cortos de material… si
usted me escribe treinta guiones en este mes, se los pagamos el triple”. Lo
volví a ver tres días antes de terminado el mes y me dice: “¿Por qué guion
vas?”. Le respondí: “Por el número cuarenta y dos” “¡Pero faltan tres días!”.
¡Se quería morir! Me los pagaron y todo, no tuvieron problema, igual el
siguiente mes tuve que bajar las pilas… Mucha gente cree que todo lo que está
firmado como “Robin Wood”, lo escribió Robin. No es así y te explico por qué:
él tenía diez o doce series, había que hacer dos capítulos de cada una por mes,
porque las revistas eran quincenales. ¡El tipo tenía que hacer veinticuatro
episodios! Lo podía hacer un mes, dos meses, al tercero estaba en un neuropsiquiátrico.
Y la editorial necesitaba que eso siguiera saliendo.
MB
– ¿Usted le pasaba un storyline, una punta, un guión acotado y él lo terminaba?
AF
– Él le daba su estilo, que era distinto al mío. Él a mí me decía dos cosas:
primero, que me hacía ganar mucha plata (los guiones que yo hacía para él, me
los pagaban mucho más que los míos); y lo segundo, que a él le encantaba que yo
no me preocupara por resaltar mi estilo, como otros guionistas, que los fue
descartando. A mí me decía: “Vos no gastás en hacer una frase linda, me pasás
el armazón”.
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Robin Wood junto a Armando Fernández |
MB
– Tenían que resignar la posibilidad de hacer una obra personal o de autor, a
favor del estilo de la casa.
AF
– A mí no me interesaba eso, tenía laburo por todos lados. Yo hacía mis cosas
de autor, por otro lado. En eso la tuve muy clara. Yo no tenía que venderles mi
estilo. Aparte de eso, tenía otro laburo, un taller de marcos para cuadros.
MB
– ¿Hacía los dos trabajos en forma simultánea?
AF
– Lo tuve durante treinta y cinco años. Trabajaba desde las ocho de la mañana a
las seis de la tarde en el taller. A veces, a las diez de la noche me llamaba
Presa a mi casa: “Armando, para mañana a las seis de la mañana necesito un
episodio de Helena, Robin no lo entregó”. Me lavaba la cara, tomaba café
mientras la familia dormía… y a las seis lo tenía.
MB
– Y si su único ingreso hubiese sido el del trabajo de guionista, ¿Podría haber
vivido bien en esa época? ¿O hubiese tenido que complementar con otro trabajo?
AF
– Yo tenía un retiro mensual en el negocio de cuadros de mil pesos por mes,
cuarenta años atrás, en el dinero de esa época, era un vagón de plata. Con eso
yo pagaba mis cuentas, mantenía a mi familia, mandaba a mis chicos al colegio.
En Columba, ganaba tres mil quinientos por mes. Compré tres casas.
MB
– Podría haber vivido de rentas…
AF
– Pero esto me encantaba. Y ellos, cualquier problema que tenían con la
producción, me llamaban a mí. Nunca dejé a ningún dibujante sin su trabajo. Yo
sabía que el dibujante vivía de eso y no podía entregar sobre la fecha de
entrega que tenía el dibujante. El guion tenía que ser entregado, revisado,
corregido. Cuando miro para atrás, digo “esto yo no lo podría hacer”, pero como
dice el proverbio: “como no sabía que era imposible, lo hice”.
MB
– Evidentemente para cumplir con esa demanda de producción, uno necesita un método.
¿Cómo encara la página en blanco, teniendo que liquidar un guion, en tan poco
tiempo?
AF
– Primero, dejando de lado las historias unitarias, el grueso de mi producción
eran series. Para cada una yo tenía un cuadernillo donde anotaba a dónde iba a
ir el personaje, eso me servía de guía general. Entonces cuando me sentaba a
escribir, no improvisaba. Obviamente iba cambiando cosas, pero llegaba un
momento en que los personajes se manejaban solos. Pero tenía un método, sí. El
cuadernillo decía, por cada mes: “septiembre: 2 Argón, 2 Kabul, 2 Hititas", etc…
A medida que los iba haciendo, los tachaba. Aparte siempre tuve una biblioteca
muy grande, no había internet. Columba tenía una redacción que revisaba todo.
Yo tengo originales… Cuando Columba se fundió, me quedó debiendo veinte mil
dólares. No podían pagarme. Me dijeron: “váyase al depósito y llévese todos los
originales que quiera”. Fui con un rastrojero y me llevé varios originales, que
después vendí. Pero me quedé algunas tapas de [Alfredo De] la María y otras
cosas.
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Algunos de los personajes creados por Armando Fernández (Collage gentileza del blog "Columberos") |
MB – Una de las cosas que me interesa preguntarle es cómo llegó a existir este libro, Lucho Inédito. ¿Cómo puede ser que haya tanto material inédito de Lucho Olivera, siendo uno de los dibujantes más importantes que tuvo la historieta argentina?
AF
– Yo lo conocí bien a él. Vino muchas veces a casa, y yo fui a la de él.
Hicimos cinco series juntos, aparte de los unitarios: El Hitita, Hércules, El
Tiempo de Salomón, El Sobreviviente y Odisea Marciana. Para mí fue un genio. No
te la traje, pero está por salir una biografía de Lucho, como la que hicieron
de Martha Barnes. El mes que viene le van a realizar un homenaje.
MB
– Y los originales, ¿los tenía usted en su casa?
AF
– No. Esas historietas son inéditas en Argentina, pero ya se publicaron en Italia.
Yo tengo mucho material de muchas cosas, he sido una especie de bibliotecario.
MB
– Y en Italia, ¿dónde se publicaron? ¿En la Eura?
AF
– Sí, en Skorpio. Yo debo haber publicado unas trescientas historietas en
Italia, a través de [el editor Alfredo] Scutti. Algunas las tengo, algunas
revistas me llegaron y las guardé.
MB
– En el libro usted cuenta que escritores “con cierto prestigio” intentaron
escribir historieta y fracasaron. ¿Por qué cree que pasó eso?
AF
– La historieta es un lenguaje muy particular. ¿Vos conocés alguna escuela que
enseñe a escribir guiones de historieta?
MB
– Sí, conozco.
AF
– [Risas] Dicen “bah, esto lo escribe cualquiera”, parecen chicos. Hubo muchos
que festejaron la caída de Columba. Y Columba fue una escuela, que te permitía
practicar y avanzar. Muchos de esos que se alegraron, después tuvieron que
trabajar para Europa, Estados Unidos. Se le cerraron las puertas a las
generaciones que vinieron. Sumado a la desaparición de Récord, otra gran
editorial, desapareció lo masivo de la historieta.
MB
– Hubo una transformación. Se pasó del quiosco a la librería, de lo popular y
masivo, al nicho…
AF
– Yo siempre marco una cosa que muchos pasan por alto. Columba no utilizó nunca
la palabra historietas. Decían “novelas gráficas”. Vos comprabas un álbum de El
Tony, de ciento cincuenta páginas, te sentabas en el micro a Mar del Plata y
tenías para leer todo el camino. Mis hijas trabajaron en la redacción, eran las
que tipiaban las cosas y puteaban como locas por la cantidad de texto. Ellas
decían que no eran como las historietas de ahora, que son “PIM, PUM, PAM,
¡tomá!” y ya está. Nosotros construíamos tramas de novelas, que era lo que
atrapaba al gran público.
MB
– Ahora se usa el término novela gráfica con otro significado.
AF
– Es lo mismo, es viejo el término.
MB
– Se usa para hablar de historietas extensas en cantidad de páginas, con cierta
unidad de sentido en el contenido, en general es asociado a ciertos géneros,
como el autobiográfico…
AF
– Yo te vuelvo a repetir, lo que hacíamos en Columba eran verdaderas novelas
gráficas.
MB
– Leí que usted decía que los guionistas deberían llamarse novelistas.
AF – Es que a mí no me costó nada pasar de la historieta a la novela. El que me abrió los ojos a mí con eso fue [Eugenio] Zappietro [que firmaba como Ray Collins]. Él escribió hasta el tomo número tres de la historia de la Policía Federal, es un monstruo. Yo le digo que él es mi maestro. Él me dice “me decís maestro y te pego”.
Eugenio Zapiettro y Armando Fernández en 2012 |
Y yo, por influjo de él, escribí mi primera novela sobre la Guerra de Malvinas. Se llamó Carta a un Soldado de Malvinas, que ahora va a ser reeditada. Esa novela ganó el tercer premio de un concurso, que no implicaba dinero en metálico, pero sí la publicación. Al novelista le cuesta pasar a la historieta. A mí no me costó.
MB
– Esa transición de la historieta a la novela es un recorrido común en la
trayectoria de muchos guionistas.
AF
– La historieta, tal como yo lo entiendo, como novela gráfica (no lo poco que
he visto de los chicos de ahora). Cuando a mí me invitaron a la Bienal de
Córdoba, organizada por la Revista Hortensia, empecé a pedir a los guionistas
de Columba que me den su foto y un currículum y armé un panel con todos ellos.
Porque todo el mundo iba a ver los dibujos, ¿Pero los guionistas? Y entonces la
gente iba y decía… “Ah, este es [Pedro] Mazzino?”. También he sido un gran
defensor de las mujeres en la historieta, que fueron ninguneadas.
MB
– Ya que sacó el tema: usted escribió historietas para mujeres, dibujadas por
mujeres y hasta firmando como mujer.
AF
– Eso ocurrió por accidente. Un día Presa me dijo: “tenemos un inconveniente
con Mazzino”. Mazzino era el capo de Intervalo, el setenta por ciento de los
guiones los hacía él.
MB
– Escribía para Intervalo y Fantasía, no tanto en El Tony o D’artagnan.
AF
– Claro. Un gran escritor, olvidado por dedicarse al tema romántico. Yo hice el
único reportaje que Don Ramón Columba dio en su vida. Y ahí él me contaba que,
en la historia de Columba, la segunda revista más vendida fue Intervalo.
Después, ninguneada.
MB
– Evidencia de que había también muchas mujeres lectoras de historieta.
AF
– Mazzino quería un aumento y estaba entregando menos guiones, que era lo peor
que vos podías hacer en Columba. “Hemos hablado con otros guionistas”
([Ricardo] Ferrari, [Jorge Claudio] Morhain, etc.) y lo romántico no les iba,
así que me puse a escribir. De los primeros cincuenta guiones que entregué, me
devolvieron uno solo con correcciones. Yo no lo podía creer, porque escribir
género romántico es la cosa más difícil que puede haber. Porque generalmente no
hay trompadas, no hay piñas, no hay acción. Entonces, ¿Cómo mantenés el
interés, la atención, en base a los diálogos? Es tremendo.
MB
– ¿Cómo le encontró la vuelta a eso?
AF
– Lo que hice fue leerlo a Mazzino, que era el que sabía. Ahí Presa me dijo:
“Está escribiendo mucho como Armando Fernández, necesitamos que utilice algunos
seudónimos, búsquese uno de mujer. Si usted no se lo busca, se lo ponemos
nosotros”. Ahí dije “mirá si me ponen Eulesia Ramírez…”, entonces me puse
Virginia, por una de mis hijas y Lang, por Fritz Lang, el maestro del cine
alemán. Mis hijas trabajaban en la redacción de Columba, me contaban que
llegaban cartas y me las leían. Y muchas mujeres elogiaban a Virginia Lang.
MB
– ¿Qué decían esas cartas?
AF
– “Cómo me entiende Virginia”… te cuento una anécdota con esta serie pasional:
un día se la dan a Martha Barnes – yo la conocía bien a Martha, de hecho, la
primer cosa que publiqué en Columba la dibujó ella -; la serie estaba firmada
por Virginia Lang. Y no sé si por equivocación o por joder, le dieron mi
teléfono. Me llamó y dijo: “Hola, Armando, ¿Cómo estás? Me dieron una miniserie
pasional que me encantó, ¡qué bien escrita! Por una tal Virginia Lang, ¿Esa es
una de tus hijas?”. Y yo le dije: “No, estás hablando con Virginia” [Risas]. Yo
tenía una esposa y dos hijas, tres mujeres en casa ¿Cómo se pinta una mujer? “A
ver, contame…” ¿Cómo se maquilla, cómo se peina…? Lo tenía todo ahí. Un día la
encuentro a Laura Gulino llorando. Le habían dicho que no iba a tener más
trabajo en Columba, estaba destrozada. La agarré, la llevé a la vuelta a tomar
un café, la consolé y le dije: “Yo te voy a escribir una serie para vos”. Ella
me respondió: “No, pero si saben que es para mí, no te van a dejar…”. Entonces
hablé con mi hija, que me dio la gran idea de hacer una serie de adolescentes,
que en Columba nunca hubo antes. “¿Y de dónde saco yo eso?” “De mí, yo tengo
catorce años, te voy a contar lo que me pasa en el colegio, de quién estoy
enamorada, con quién me peleo, etc.”. Si leíste Teenagers, recordarás que la
protagonista quería ser diseñadora de moda, se llamaba Rocío. Esa es mi hija,
después se graduó. Entonces entregué tres o cuatro capítulos. Un día le
pregunté a [Jorge] Vasallo, que era el cedazo por el cual pasaban los guiones,
qué le parecía Teenagers. “Está muy bien, aprobada, sígala”, dijo. “La sigo
pero con una condición, que la dibuje Laura Gulino”. Se quedó mirándome con una
cara, Vasallo… Mis hijas se tenían que aguantar muchos chistes de los
compañeros porque el padre firmaba con nombre de mujer. Me preguntaban: “¿Papá,
a vos no te molesta?” No, para mí es un triunfo. El hecho de que yo pueda
cambiar, hacerle creer a los lectores que es una mujer la que está escribiendo,
no lo puede hacer cualquiera.
MB
– Me interesaba preguntarle cómo ve la situación de género en la industria hoy,
se están organizando colectivos de historietistas mujeres, convenciones sobre
historietistas mujeres… ¿Usted está en contacto con todo eso que está pasando?
AF – No, con las únicas que mantengo contacto, son Martha Barnes y Laura Gulino. Pero antes las mujeres tenían más oportunidades, cuando existían editoriales como Columba, donde hubo mujeres como Martha Barnes, que dibujaron de todo. Martha fue la única mujer argentina que publicó en Estados Unidos en esa época, cosa que muchos historietistas varones no lograban. Hizo historietas de terror, bélicas.
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Armando Fernández junto a Martha Barnes en 2012 |
Yo rescato mucho la labor de las historietistas argentinas,
especialmente en el género romántico. Tengo el mayor respeto por la obra de mis
colegas. Lo que no tolero es cuando empiezan las agresiones. Siempre dijeron
que Columba fue una editorial fascista. ¿Vos creés que en Columba le
preguntaban a los trabajadores cuáles eran las ideas políticas que tenían? No
les importaba nada eso, les importaba que entregues tu trabajo. Había gente de
ideas políticas de todos los calibres, y trabajaban todos juntos. El otro día
me invitaron a Comicópolis, por este libro (La Guarida del Gusano Blanco,
Comic.ar). Estuve con Tomás Coggiola y Sergio Ibáñez. Vi mucho material de
editoriales independientes, cosa que me sorprendió, porque no las sigo,
realmente no tengo tiempo. Tengo setenta y dos años y estoy jubilado, y estoy
trabajando más en novelas ahora… escribiendo por pedido de mi editor, una sobre
el Gauchito Gil y me van a pedir otra sobre Güemes en cualquier momento.
MB
– Y para la novela histórica se tiene que documentar…
AF – Yo utilizo un sistema, que no hago una novela sólo de historia. He desarrollado novelas con fondo histórico que mezclan lo fantástico con la historia. Tengo una que se llama Lobizón. Está ambientada en la guerra gaucha, donde el protagonista es un hombre lobo. Y tengo otra, que en algún momento la adaptaré en historieta, “El Fantasma del Río de La Plata”. Durante las invasiones inglesas, un oficial inglés es un vampiro.
MB
– Veo que hay una bajada de línea clara, ahí. Una pregunta que quería hacerle
era qué consideraciones tiene sobre lo que significa “el ser nacional” en la
historieta.
AF
– Significa recordar los mejores ejemplos que tenemos del pasado, no los
peores. Ya hay mucha gente que habla de los peores. Yo quiero revalidar los
héroes y las heroínas que existieron y nos legaron el país que tenemos. Tengo
una historieta sobre la Conquista del Desierto y no trato mal a los indios. La
historia del mundo está llena de esos choques de civilizaciones. En el far west
los aniquilaron a los indios. La historia no es lo que queremos que haya sido,
es lo que fue.
MB
– Siempre me resultó curiosa la influencia del western en la gauchesca, siendo
que esta se asume como el género nacional por excelencia…
AF
– ¡Es que son muy parecidos! ¿Por qué? Porque ponés los soldados americanos
peleando contra los apaches, las tribus americanas… Ponés a los nuestros
peleando contra los tehuelches. Vas a encontrar muchísimos puntos de contacto.
Una es la historia de cómo los Estados Unidos avanzaron hacia el Oeste, la otra
de cómo nosotros avanzamos hacia el Sur.
MB
– ¿Cuál cree entonces que es la necesidad de pensar una historieta nacional?
AF
– Para mi punto de vista, implica poner héroes argentinos. Sean del pasado, del
presente o del futuro. Hay algo que siempre me sonó incongruente, sin meterme
en el aspecto político, he visto chicos jóvenes con la remera del Che Guevara,
comprándose todas las historietas norteamericanas de superhéroes habidas y por
haber. ¿No hay un contrasentido en eso? ¿No odian al imperialismo? Les venden
propaganda. Los superhéroes son eso, son el famoso súper-hombre nazi. Es una
cosa de penetración muy tremenda. Eso les hace desdeñar al Cabo Savino, a la
historieta criolla… Crecemos sin identidad. Mi labor es difundir eso. San
Martín cruzó la cordillera de los Andes, que fue una hazaña superior al cruce
de Aníbal en los Alpes, peleando contra los romanos. La realidad bien entendida
empieza por casa.
MB
– Yo me marqué un recuadro del libro, que es una transcripción de un artículo
publicado en la revista Soldados. Dice que en El Eternauta, el elemento
aglutinador que une al pueblo contra el enemigo invasor es el Ejército
Argentino.
AF
– Eso aparece en la misma historieta. Pero esa frase sale de un reportaje que
yo le hice a [Francisco] Solano López, son conceptos de Solano. Él estuvo en el
Colegio Militar de la Nación. Si vos leés la historieta, está clarísimo en el
Combate de River Plate: es la única fuerza organizada. Eso le cayó muy bien a
la gente del Ejército, porque lo revalorizaba un poco. Pero me acuerdo que en
Página 12, [Juan] Sasturain nos criticó mucho diciendo que el Ejército se quería
apropiar de El Eternauta. Y no, estábamos hablando con el dibujante. Yo escribí
la única historieta de Malvinas que dibujó Solano López.
MB
– No conozco el artículo de Sasturain. A mí me llamó la atención lo que dice en
el libro porque es una interpretación contraria a lo que el mismo Oesterheld
escribe en el prólogo de la reedición posterior.
AF
– No es una interpretación, es un detalle. El Oesterheld que escribe El
Eternauta original, que para mí es una obra cumbre, no era el mismo Oesterheld.
Era un tipo que creía en el Ejército Argentino, que tenía determinados valores
que en ese momento, ya habían cambiado.
MB
– Él en el prólogo expresa la famosa frase sobre que el único héroe válido es
el héroe en grupo, no el que está solo.
AF
– Esa idea él ya la tenía desde mucho antes, la había usado en el Sargento Kirk.
MB
– A lo que voy es, ¿Para usted el héroe colectivo sería el Ejército Argentino
en El Eternauta?
AF
– No, la palabra es “elemento aglutinador”. Es un momento en particular en El
Eternauta. Después todo lo demás es fantasía. Pero fue la expresión del
dibujante, Solano lo puso así. Vuelvo a repetir, lamentablemente… no hay que
mezclar una cosa con la otra.
MB
– ¿Usted se refiere a la política con la obra?
AF
– Es que la política lo ensucia todo, no sólo al Eternauta. He conocido grandes
amigos que se han peleado por política, y antes de que surgieran todos estos
temas eran grandes amigos. ¿Pelearse por quién? ¿Por los políticos? Yo tengo
una modesta opinión sobre los políticos: son casi todos ladrones. De izquierda
a derecha, de abajo hacia arriba. Si no, no estaríamos como estamos.
MB
– Para mí se vuelve complicado no mezclarlos, cuando es el mismo autor el que
se asume como artista comprometido.
AF
– Es que no podés juzgar las dos obras con la misma medida, porque los tiempos
son distintos. Ese no era el sentido del Eternauta original en el ‘57.
MB
– Hay un pasaje del libro que dice: “Yo podía ser pobre, y tener algunas
carencias materiales pero nadie podía prohibirme que tuviera sueños”. Atrás de
esta frase, está la idea de escapismo que siempre estuvo relacionada al género
de aventura. ¿Cree que la caída de popularidad del género se relaciona con la
imposibilidad de escaparse en esta época?
AF
–Cuando vos sos muy pobre, necesitás escaparte, no cambió eso. Pasa que ahora
tenés teléfonos celulares, internet, toda una serie de cosas.
MB
– Pero mi pregunta apuntaba a que el género literario de aventuras se desplazó
desde el centro de la escena a la periferia.
AF
– Puede ser, pero también pensá lo siguiente. Una editorial que quisiera ser
masiva y publicara lo que se publica hoy, no podría serlo. Porque al público no
le interesa eso. Hablo por lo poco que yo he visto. Reconozco que hay algunos
valores muy prometedores.
MB
– ¿Por ejemplo?
AF
– No conozco los nombres, pero he leído algunas cosas que no tienen sentido.
¿Vos creés que al carnicero, al panadero, a la ama de casa, al eventual y
posible comprador de esas historietas, le puede interesar algo que no tiene
sentido? A nivel masivo, no. Todos quieren hacer historieta de élite, y eso es,
por definición, para unos pocos. No puede ser redituable. No podés cobrar
cuatrocientos pesos por un librito… Yo creo que fui el guionista más joven de
la historieta argentina, publiqué mi primera historieta, “Conjura Siniestra”, a
los catorce años, en la revista Casco de Acero. La dirigía otro joven de
diecisiete años, se llamaba Andrés Cascioli. La segunda historieta que hice,
fue una de cowboys que la dibujó él, fue la única que hizo del género. A los
veinte entré a Columba. Él me siguió mandando cosas al taller para enmarcar y
siempre me preguntaba si quería trabajar para Humor, Superhumor, etc. Pero
nunca quise. Lo admiraba a Cascioli, pero no era lo mío. Cuando miro para
atrás, digo “¿yo hice todo esto?” Y ya está hecho. Yo creo que en la vida lo
que importa, es saber que los seres humanos nos vamos y lo que queda es la
obra. Parafraseando a Gilgamesh, te diría que la inmortalidad del hombre es
esa. Que alguien diga, “Armando Fernández, me acuerdo de cuando hacía comics…”,
queda la memoria de eso. Tengo el orgullo de que nadie escribió nunca con mi
nombre.
![]() |
Portada de la primer historieta escrita por Armando Fernández |
MB
– Cuando en su libro habla del “desplome de Columba”, escribe: “La nueva
jefatura que no quería a Wood, por razones privadas, prefirió el material de
Trillo y Saccomanno que se había publicado en Italia. Y nada tenía que ver con
los gustos de los lectores habituales de Columba.”. Esto me sorprendió mucho,
desconozco por completo la situación.
AF
– Las razones privadas no te las voy a contar, porque no corresponde. Era una
mala época. Con todas sus revistas, Columba estaba sumando 50.000 ejemplares.
Para Columba era un desastre. Ramón Columba tenía la mayoría de las acciones de
la empresa y tuvo que vendérselas a un tipo al que no le interesaba la
historieta. Nombró a una señora, profesora de Geografía, como directora. No lo
querían a Robin Wood, empezaron a comprar material de afuera que el público de
Columba no entendía. Mi hija me trajo una carta, que debo tener guardada, donde
decía “mi familia compró Columba durante cuarenta años. Aquí les mando la
última revista enrollada, para que se la metan (…)”. Querían poner comedia,
otras cosas, que el público no quería. Yo les había dicho que hagan otra
revista aparte para eso, porque el público cautivo no se toca. Otra idea que
tuvieron estos “genios” de la empresa fue que vendieran la imprenta que tenían.
Se sumaron una atrás de otra. Lo que existió durante más de setenta años, se
desplomó. La industria de historieta y el futuro de muchos jóvenes maestros,
que eran ayudantes de grandes dibujantes.
MB
– ¿El libro La Guarida del Gusano Blanco
se publicó afuera, también?
AF
– No. Esto nació porque yo había hecho la versión para El Tony. Sergio Ibáñez
la tenía entre ceja y ceja a esta historia, la quería dibujar. Vio la película
de Ken Russell, que es un desastre, pero muy interesante. Ibáñez, que es
profesor de literatura entre otras cosas, la quiso escribir y no le quedaba. Y
me pidió que la haga porque había leído la versión que yo ya había hecho; se la
mandamos a [Tomás] Coggiola. Nosotros ya habíamos publicado Nahuel Puma, una
especie de joven Eternauta, en la revista Comic.ar, que quedó inconclusa. Y por
pedido del editor sumamos otras historias de Bram Stoker.
AF
– Le da un efecto tremendo, me encanta. Son dos cosas distintas. Si vos mirás
lo de Columba, comparado con las publicaciones americanas, la impresión es de
una calidad muy pobre. Pero era lo que teníamos.
MB
– ¿No cree que ahí pueda encontrarse el origen del prejuicio sobre Columba?
AF
– Cuando apareció Skorpio, era una joya a nivel estético. Pero lo que nunca fue
es popular y masiva. Entonces cuando alguien viene a enjuiciar a Columba desde
el punto de vista de lo artístico, lo que no termina de comprender es que
Columba no hacía hincapié en lo artístico, sino en lo popular. Lo que le
interesaba era vender. En los años cincuenta El Tony era semanal y vendía
300.000 ejemplares. La historieta más exitosa de Columba fue El León de Francia
de Fernand [Fernando Fernández Eyré], con un dibujante que nunca aprendió a
clavar un personaje. Era la época del radio teatro, la gente no tenía
televisión. Yo me acuerdo de mi vieja planchando la ropa, con la radio
prendida, escuchando Nazareno Cruz y el Lobo, y yo tomaba notas. Y después
poder ver eso en historieta era sensacional.
MB
– ¿Con las licencias de películas también tomaban notas, no les enviaban los
guiones, no?
AF
– Hay dos detalles. Yo hice la versión de Conan, con [Eduardo] Barreto. La
vimos en función privada, Vasallo, Barreto y yo, tomando notas. Mi método era
tomar notas y después escribirla enseguida mientras tenía el recuerdo fresco.
El artista tenía que tomar las caras de los actores, eran muy conocidos. El
producto terminado resultaba bastante parecido a las películas. A algunos les
gustaban más algunas adaptaciones que las películas, porque las elaborábamos un
poco más. A veces también me traían las imágenes de una historieta que ya había
salido publicada, con los globitos en blanco y me pedían que los reescriba. Yo
tenía que imaginarme un guión.
![]() |
Portadas del Conan de Armando y Barreto |
MB
– Esa era la forma en que escribía Stan
Lee, el “método Marvel”. Pero lo estaban usando para reciclar material. ¿Alguna
vez hizo el ejercicio de comparar el resultado terminado con el guion original?
AF
– Sí. No tenían nada que ver. Te terminabas yendo para otro lado. Por supuesto
dependía de las imágenes. Si tenías una escena de crimen, ibas a escribir eso.
Pero los diálogos iban cambiando. Eso me dio un profesionalismo de la gran
flauta. Yo considero que pertenecí a la segunda edad de oro de la historieta
argentina. La primera fue hasta los cincuenta. La segunda del sesenta y pico a
los noventa. Y bueno, ese es mi testimonio…
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Armando falleció hace 2 años, justo en el Día del Escritor. Lo recuerdo con mucho cariño, por todo el amor que demostraba hacia el mundo de la historieta argentina, y en especial a la vieja y querida Editorial Columba. Fue siempre muy amable y atento conmigo, respondió cartas, fotocopió y envió por correo un episodio faltante de Wolf, me obsequió una pintura enmarcada original de Jorge Zaffino, hizo el contacto para poder comunicarme con el querido Rubén Meriggi… y hasta pude sentarme a tomar una cerveza con el mismísimo Robin Wood… Todo un logro para un joven fan de Columba que venía desde Rosario sin conocer toda una historia gigantesca detrás de estos grandes protagonistas de la historieta nacional. Este es mi humilde homenaje recordando su memoria, y su prolífica pluma, que nos ha permitido viajar junto a legendarios personajes por innumerables lugares fantásticos, a través del tiempo, durante tantos años… Estás siempre en el recuerdo, Armando querido!
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Retrato original de Wolf por Jorge Zaffino, enmarcado y obsequiado por Armando Fernández en Fantabaires `98 |
Dedicatoria del cuadro de Zaffino por Armando Fernández |
Armando junto a Walter Alarcón y Rubén Meriggi, el trío que firmó varias sagas de Wolf |